Desde que metí mi primer gol en el arco que conformaban el tronco de un limonero y la pared rosada del fondo de mi casa en 120 y 6 (Villa Gesell), supe que estaba comenzando a alimentar algo más que un sueño de pibe, sino el objetivo ulterior de mi vida: llegar a los mil tantos.
Para ello se que hay que tener clase, habilidad, categoría, técnica, un arco, una pelota y un papel donde anotar mis conquistas.
Pelé y Romario hicieron mil goles, pero la alegría no es solo brasilera. Disputas competitivas, partidos amistosos y picados informales sobre pasto natural o sintético, tierra, losa o arena son tomados por mí como un compromiso más hacia ese destino de cuatro cifras.
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